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Bofill, solo peor que Miguel Ángel

Eduardo Prieto

Maestro de la geometría tanto como de los medios de comunicación, Ricardo Bofill ha sido lo más parecido que hemos tenido a un star-architect. No es poco mérito, si se tiene en cuenta que el catalán fraguó su estrellato en unos años en los que la arquitectura española interesaba a bien pocos.

Considerado, desde el principio, como un niño prodigio, el joven Bofill recibió todos los laureles y se acostumbró a todas los excesos, y con la misma naturalidad con que aceptó su propio genio levantó en los setenta una nómina de edificios espléndidos que a su manera expresaban la liberalidad de la Barcelona de la gauche divine: desde la pagoda mediterránea de Xanadú y la casba vertical de la Muralla Roja hasta Walden 7, aquella utopía filojipi a lo Le Corbusier puesto de LSD por la que pasaron algunos de los mejores amigos de Bofill: Rubert de Ventós, José Agustín Goytisolo, Vázquez Montalbán…

Nada apuntaba por entonces a que Bofill acabaría trabajando sobre todo fuera de España, pero el hecho es que emigró. La admiración que despertaba fuera del país era directamente proporcional a la envidia que suscitaba en sus compatriotas arquitectos. Una envidia que se trufó de extrañeza cuando Bofill abandonó su estilo presuntamente mediterráneo para entregarse a un irónico clasicismo sui géneris en el que los triglifos y metopas no parecían tener empacho en convivir con las fachadas espejadas.

Los de los espejismos clasicistas fueron los mejores años profesionales de Bofill. Convertido en estrella, lo diseñó todo: bodegas, frascos de perfume, barrios en el ‘tercer mundo y aeropuertos en el ‘primero’, tarjetas de crédito y monumentales conjuntos de vivienda a los que dio nombres tan pedantes como Les Espaces d’Abraxas y Les Échelles du Baroque. De manera que, cuando su estrella creativa declinó, Bofill siguió pensando lo mismo: que era mejor que todos los arquitectos de su generación pero mucho peor que Miguel Ángel.

Se trataba, por supuesto, de una exageración más. Una exageración que no quita para que bajo las cenizas del ego de Bofill se escondan algunas de las obras más memorables de la arquitectura española del siglo XX.