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Frederick Kiesler, espacio psicológico

Eduardo Prieto

Es cierto: Frederick Kiesler fue una figura menor de la arquitectura del siglo xx. Pero no deja de ser cierto que, como afirmó un día Erwin Panofsky, son precisamente las figuras menores las que dan el tono de una época.

Nacido en 1890 en la remota Bucovina que entonces formaba parte del Imperio Austrohúngaro y hoy es Rumanía, Friedrich Jacob Kiesler fue un judío asimilado, hijo del magistrado jefe de Viena, ciudad en la que se formó con Adolf Loos y pasó la mayor parte de una juventud marcada por lecturas diversas, que no en vano incluyeron Los últimos días de la humanidad de Karl Kraus o la Decadencia de Occidente de Oswald Spengler. Kiesler contrapesó estos sombríos escritos crepusculares con otros títulos más luminosos, como la Metamorfosis de las plantas de Goethe: ese texto que, de Sullivan a Wright o de Steiner a Taut, tanto influyó en la arquitectura. Los libros de Kraus y Spengler convencieron al joven Kiesler de la necesidad de renovar la cultura, creando un ‘mundo íntegro’ a partir de la fusión de la vida y el arte. Por su parte, el de Goethe le hizo creer que la naturaleza podía inspirar las formas de la arquitectura.

Estos dos temas —vida y naturaleza— fueron los hilos conductores de la obra de Kiesler, más allá de los lenguajes disímiles a los que recurrió, y, por supuesto, también más allá de la imagen superficial que la historiografía ha creado del personaje: la del outsider enano (medía 1,45 metros y se vestía en tiendas de ropa para niños) que fue autor de las formas ejemplarmente neoplásticas de la City in the Space (1925), pero también de las formas cavernarias, uterinas y psicológicas, de la Endless House (1950), aquel huevo surrealista tan freudiano y tan incomprensible para los funcionalistas rigurosos.

Vida y naturaleza estuvieron presentes, asimismo, en otras facetas menos conocidas pero igualmente sorprendentes —y en cierto sentido anticipadoras— del trabajo de Kiesler, como sus reflexiones sobre el espacio curvilíneo o la ‘tensión continua’, o sus escenografías y teatros, concebidos como verdaderas Gesamtkunstwerke de raigambre neorromántica, en las que investigó la relación del cuerpo con el espacio a través de la empatía piscológica y quiso despojar al arte de su condición de objeto, diluyéndolo en happenings y atmósferas.

Kiesler murió en Nueva York en 1965, arropado por sus innumerables amigos artistas. Desde entonces, su obra moderna y a un tiempo incómodamente romántica y surrealista sigue siendo un reto para los historiadores de la arquitectura.


Publicado originalmente con el título “Tensión continua. Biografía de Frederick Kiesler” en Arquitectura Viva 145 (2012).