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Global, digital, ambiental: la república historiográfica de la arquitectura circa 2020

Eduardo Prieto

No sin sarcasmo, en sus Ensayos Montaigne denunció que se dedicara “más trabajo en interpretar las interpretaciones que en interpretar las cosas” y que “había más libros sobre libros que sobre cualquier otro asunto”, lo cual conducía a que los escritores no hicieran “sino glosarse los unos a los otros”. La aseveración del sabio de Burdeos vale, por supuesto, para los tiempos convulsos y un tanto pedantes que le tocó vivir; pero no deja de valer también para los tiempos que nos ha tocado vivir a nosotros, acaso no menos convulsos y pedantes. De hecho, vale incluso para una disciplina tan modesta como la historiografía de la arquitectura, que cada vez más tiende a volcarse sobre sí misma —a enroscarse sobre su propio corpus doctrinal— para explorar menos los documentos o los hechos ‘externos’, que su propio quehacer y aun su propia condición. Se trata de un giro que en el peor de los casos puede conducir a ese bizantinismo endogámico al que ya se han entregado muchas de ‘ciencias humanas’; pero que en el mejor puede resultar fructífero, pues historiar la historiografía no es sino otra manera de evaluar críticamente la disciplina y abrir, siquiera sea de manera indirecta, nuevas sensibilidades y campos de investigación.

Este giro ‘interno’, disciplinar, no podría explicarse sin ciertos precedentes fundamentales para que la ‘república historiográfica de la arquitectura’ haya adquirido sus rasgos metadiscursivos. Entre ellos, uno de los primeros —y tal vez el más relevante— fue la inflación historiográfica de las décadas de 1960 y 1970, un periodo de abundantísima producción académica en el que los temas, métodos y perspectivas de los historiadores asumieron para los arquitectos un protagonismo inédito como sostén último de los discursos críticos y aun ideológicos que hoy asociamos con la ‘posmodernidad’. Es verdad que el sesgo reflexivo, operativo, que adquirió entonces la disciplina sirvió, en primera instancia, para acercarla a la praxis disciplinar, al mundo del proyecto. Pero no es menos cierto que propició en paralelo un acercamiento a la teoría, que sirvió al cabo para que los historiadores de la arquitectura —que, por otro lado, y desde mediados del siglo xx, venían apropiándose del vocabulario, enfoques y métodos de las ciencias sociales— tendieran a convertir su trabajo en algo intelectualmente problemático: en una suerte de exploración crítica sobre la propia condición historiográfica.

Este giro intelectual fue tan fuerte como para que el fin de la posmodernidad no supusiera el fin de los ‘buenos tiempos’ de la historiografía crítica: si por un lado esta perdió buena parte del prestigio que había llegado a tener para los arquitectos proyectistas, por el otro supo compensar la mengua de crédito explorando nuevos modos acordes con los tiempos. El primero de estos modos fue el de los relatos pos-manifiesto a la manera de Frampton y Curtis —por citar solo dos grandes nombres—, que, si bien no perdieron del todo su sesgo hagiográfico, sí fueron capaces de revisar la genealogía de la modernidad deshaciendo algunos tópicos acuñados por las vanguardias heroicas, aunque sin salirse en ningún momento del marco ideológico de ‘lo moderno’. Otro modo de renovación fue el de la historiografía académica que había permanecido al margen de la industria propagandística del Movimiento Moderno, y que aplicó con éxito los nuevos enfoques metodológicos —estructuralistas, iconográficos, culturalistas, marxistas— a periodos como el Barroco, el Renacimiento, la Ilustración y también el siglo xix y las corrientes ‘no oficiales’ del siglo xx. Y un tercer —y especialmente fructífero— modo de la historiografía crítica consistió en la revisión del concepto de ‘lo moderno’ para dar cabida a lo marginal, lo heterodoxo o, simplemente, lo difícil de clasificar.

Entre los estudios centrados en lo marginal deben destacarse, en primer lugar, los dedicados a movimientos y autores de difícil encaje en los relatos ‘oficiales’ de la modernidad, desde el Expresionismo hasta el Futurismo y el Constructivismo, pasando por figuras específicas como Tessenow o Bruno Taut, por poner solo algunos ejemplos. También han sido objeto de interés figuras y grupos de la heterodoxia de mediados del siglo xx, como los situacionistas, Constant, los Smithson, Archigram y Richard Buckminster Fuller, así como otras corrientes de la heterodoxia posterior, como la posmodernidad fenomenológica-existencialista de la década de 1970 (la ‘otra posmodernidad’). El desarrollo de estas historiografías interesadas en la marginal ha coincidió con la proliferación de otra línea de trabajo cuyo interés ha estado menos en la refutación o ampliación del canon moderno que en su perfeccionamiento histórico-crítico por la vía del conocimiento intensivo, en especial a través de las biografías críticas dedicadas a los grandes maestros como Le Corbusier, Mies o Gropius —fermento, sobre todo en el caso de Le Corbusier, de una microindustria cultural—, que han permitido recomponer estas figuras de una manera mucho más compleja, problemática y fecunda. No menos fecunda ha sido esa otra pequeña industria cultural que, a lo largo de estas últimas décadas, ha investigado las modernidades nacionales, regionales e incluso locales, así como los flujos de contaminación cultural entre países y continentes entreverados en complejísimas urdimbres que solo ahora comenzamos a desentrañar y que nos están procurando una visión mucho menos esquemática y más apasionante de ‘lo moderno’.

Por supuesto, cada una de estas líneas de investigación ha traído aparejados sus propios problemas metodológicos. No solo por las dificultades de encajar los estilos y autores presuntamente consolidados en los nuevos marcos de interpretación, sino también porque lo marginal o marginado, lo heterodoxo —lo ligado a discursos alternativos o extraterritoriales—, exige muchas veces la revisión profunda de las convenciones que sostienen los discursos canónicos. En este sentido, no pueden dejar de mencionarse las tensiones fructíferas y aún no completamente resueltas entre el discurso de ‘lo moderno’ y el discurso de la historiografía de los periodos históricos —cada una de ellos con enfoques con frecuencia diferentes y en ocasiones antagónicos—, y asimismo las tensiones entre el discurso ‘heroico’ construido por las historias-manifiesto de las décadas de 1930, 1940 y 1950 y el discurso de lo moderno complejo o ‘mestizo’ que está dando a la luz la nueva historiografía. Estas parejas dialécticas no agotan el problema: junto a ellas han emergido nuevas tensiones que no tienen que ver tanto con lo moderno y su relación con el resto de momentos históricos, o con lo moderno como constructo que debe ser revisado, cuanto con la genealogía occidental de lo moderno y su papel en el nuevo contexto de multiculturalismo ligado a la globalización. Se trata de tensiones con un gran contenido polémico, incluso ideológico; tensiones que se han procurado resolver ampliando el enfoque de estudio para acercar la historiografía de la arquitectura a los relatos complejos y panorámicos de las llamadas global histories.

Historias globales

Las historias globales, multiculturales, poscoloniales de la arquitectura son, evidentemente, el fruto de la mala conciencia. La mala conciencia de una civilización que no tuvo empacho en blasonar de su superioridad tecnocientífica y económica, cuando no de su superioridad cultural, pero que, al mismo tiempo, lleva décadas inmersa en un proceso de contrición que le ha llevado a revisar —a veces incluso a minar— sus propios cimientos intelectuales. Esta mala conciencia y esta contrición se han hecho depender de varios asaltos críticos, de los cuales acaso el fundamental ha consistido en la enmienda al llamado ‘eurocentismo’ o el ‘occidentalismo’: un fenómeno propiciado por el relativismo culturalista y etnográfico y que comenzó a hacerse explícito en la década de 1970 por medio de la contracultura y el redescubrimiento de la arquitectura popular de todo el mundo, antes de que los ‘estudios poscoloniales’ lo actualizaran por medio de un nuevo aparato crítico y conceptual que ha adquirido muchas veces un fuerte cariz ideológico y político.

En lo que toca a la historiografía arquitectónica, el enfoque poscolonialista está presente hoy en los centenares de papers que se publican cada año sobre tradiciones, autores o colectivos marginados por el discurso dominante o bien asimilados un tanto folclóricamente mediante la perspectiva simplista del ‘exotismo’. En esto, la crítica al eurocentrismo sin duda ha sabido aprovechar el impulso que las ‘microhistorias’ han  dado a otras corrientes críticas como los estudios culturales y de género. Con todo, y por muchas que sean sus deudas metodológicas con lo singular y lo marginal reivindicado a través de relatos hiperespecíficos, la historiografía poscolonialista no ha renunciado a la formalización más sistemática y de amplio alcance propia de un género que ha proliferado, sobre todo, en el marco cultural germano y anglosajón: el de las llamadas ‘historias globales’. Se trata de relatos que, desbordando los límites de ‘Occidente’ —ya de por sí amplios—, y procurando no recaer en los prejuicios del eurocentrismo, intentan dar cuenta de todas las tradiciones arquitectónicas no tanto a la manera conciliatoria de un Frampton —es decir, explicando lo local a la luz de lo moderno occidental—, cuanto por medio de relatos panorámicos y de sesgo antropológico, social y simbólico que atienden a cada fenómeno arquitectónico en su propia cultura sin renunciar a una visión omnicomprensiva y en muchos casos literalmente ‘global’.

Las historias globales sintonizan con las preocupaciones críticas de hoy, pero no dejan por ello de incardinarse en una tradición muy larga que se confunde con el origen de la historiografía arquitectónica como disciplina autónoma: la tradición de las ‘grandes historias’ de la arquitectura iniciadas a mediados del siglo xix. Sus padres fundadores —Daniel Ramée, Franz Kugler, Wilhelm Lübke, James Fergusson, Eugène Viollet-le-Duc, y más tarde Auguste Choisy y Banister Fletcher, entre otros— delinearon grandes panoramas sinópticos donde las obras de arquitectura, clasificadas por estilos, se explicaban por la influencia de los rasgos específicos —culturales, raciales, ambientales, históricos— de cada país. El objetivo último de este empeño panorámico no estaba tanto en dar cuenta de las influencias transversales entre ciertos estilos y otros, cuanto en conseguir una taxonomía lo más completa posible de la creación arquitectónica, siguiendo en cierta medida los modos con que la biología había conseguido ir ‘rellenando las casillas’ de la creación natural. Este sigue siendo, en buena parte, el empeño de los inmensos frescos históricos que ensayan hoy los historiadores poscolonialistas, desde el meritorio A History of Architecture: Settings and Rituals (1988) de Spiro Kostof —reescrito como World Architecture: A Cross-Cultural History (2013) por Richard Ingersoll — hasta textos que de sesgo antropológico como Architecture of First Societies: A Global Pespective (2013), de Mark M. Jarzombek (1954), pasando por las ya citadas y liminares revisiones de la modernidad a cargo de Kenneth Frampton y, sobre todo, William Curtis, definidas por su aspiraciones globales y hasta cierto punto ecuménicas.

Cualquier ecumenismo, empero, es problemático. También en lo que toca a la historiografía de la arquitectura, que en su afán por incorporar al canon todas las latitudes —incorporando de paso sus problemas y contradicciones— debe hacer frente a los mismos problemas que tuvieron que encarar los historiadores panorámicos del siglo XIX: el de selección y el de la sinopsis. El de la selección es un problema de perspectiva, que pone al historiador en el brete —tan de nuestro tiempos— de definir y justificar previamente el punto de vista desde el que trabaja y asumirlo críticamente para responder a cuestiones como ‘¿La perspectiva del autor occidental, simplifica, vela, opaca, inevitablemente distorsiona, el acercamiento a otras civilizaciones?¿La invalida de hecho?’ Y en la misma línea: ‘Las tradiciones, problemas, contradicciones de cada civilización, ¿no deberían explorarse desde dentro?’ En este sentido, ‘¿no sería cualquier historia global escrita desde Occidente un acto de colonialismo cultural, por muy sensible y rigurosa que se pretenda?’

Se trata de preguntas de difícil respuesta, que a veces rayan en el bizantinismo para confundirse con tomas de postura políticas, y que en cualquier caso apuntan al segundo gran problema de las historias globales: el de la sinopsis narrativa. Una vez planteada la antología ecuménica, ¿cómo plantear el relato historiográfico? ¿Por medio de una estrategia ‘horizontal’ que coloque las diferentes ‘arquitecturas’ del mundo una al lado de otra, asumiendo en buena medida su condición de compartimentos culturales estancos, un poco a la manera de las grandes historias del siglo XIX? ¿O bien rompiendo los compartimentos estancos mediante fugas horizontales y verticales que relacionen unas arquitecturas con otras a través de ciertos lazos genealógicos y ciertas relaciones de contaminación cultural? El reto es tan difícil como apasionante, y para dar cuenta de su complejidad —de su potencial fecundidad pero asimismo de sus contradicciones y limitaciones ínsitas— el lector interesado puede acudir a títulos como The Future of Architecture Since 1989: A Worldwide History (2016), de Jean-Louis Cohen, un libro que construye la longue durée de la modernidad arquitectónica a través de la relación abierta y compleja de diferentes focos y cronologías.

Comunicación, pensamiento y cultura digital

Con todas sus contradicciones —que en buena medida son también las de las ciencias humanas en los tiempos globales—, las ampliaciones ecuménicas y poscoloniales del canon son, como ya se ha apuntado, manifestaciones parciales de una doble y complementaria revisión: la de la modernidad arquitectónica y la de la historiografía en cuanto disciplina. Una revisión abierta que ha seguido líneas diversas, y que últimamente se ha enriquecido con enfoques que, trascendiendo los discursos convencionales sobre los autores y los estilos —y al hilo de la ‘estética de la recepción’—, han puesto el foco en la condición mediática del ‘sistema de la arquitectura’.

El reciente giro historiográfico hacia los mass media no podría entenderse sin los estudios pioneros de Marshall McLuhan sobre las paradojas de los sistemas de comunicación, y tampoco sin la obsesión semiótica que embargó a los arquitectos durante la década de 1970. Se trata de una huella tardía de ciertos afanes de la posmodernidad; pero, por supuesto, también es el fruto de la poderosísima influencia de la cultura digital contemporánea, que ha trastocado muchos paradigmas y abocado al olvido infinidad de temas y herramientas concebidos durante la primera modernidad.

En la historiografía arquitectónica, el impacto de los mass media y la cultura digital se ha dado de modos diversos, complementarios y en general fecundos. Siguiendo la estela de McLuhan, Mario Carpo en el liminar Architecture in the Age of Printing (2001) ha analizado el cambio de paradigma discursivo y profesional que supuso la irrupción de la imprenta en la arquitectura del Renacimiento con un enfoque tecnológico y discursivo inédito que ha conseguido aportar nueva luz sobre el tratadismo clásico. Influida asimismo por McLuhan, así como por las tesis de Foucault, la microhistoria y los Estudios Culturales, Beatriz Colomina ha trabajado por su parte la relación de la arquitectura no solo con los mass media, sino también con la sexualidad y la salud, en obras como Privacy and Publicity: Modern Architecture as Mass Media (1994) o Clip/Stamp/Fold: The Radical Architecture of Little Magazines 196X-197X (2000). Se trata de autores que, ensayando nuevas perspectivas, han contribuido como pocos al floruit contemporáneo de los estudios sobre arquitectura y medios de comunicación; un tema que se ha explorado sistemáticamente por medio de una abundantísima producción historiográfica dedicada a las revistas de arquitectura, la publicidad, la edición, el comisariado y su papel en la construcción del discurso moderno.

Estos enfoques, por supuesto, no agotan el problema de la comunicación arquitectónica. Más allá de las publicaciones periódicas, las exposiciones, los libros-manifiesto y el sistema moderno de la comunicación arquitectónica, durante siglos el medio principal de transmisión de las ideas de los arquitectos fueron los tratados, los manuales y las historias; un hecho que de inmediato reconduce el tema desde el problema de la comunicación al de la difusión del pensamiento arquitectónico en general. En lo que toca a la historiografía, este problema ha tomado formas que van desde la compilación de textos de teoría en antologías y estudios monográficos hasta la elaboración de historias de las ideas en sentido amplio, pasando incluso por el planteamiento de microhistorias centradas en la evolución del vocabulario arquitectónico.

Las antologías, compilaciones críticas y estudios monográficos dedicados al pensamiento arquitectónico han sido, como cabía esperar, de muy diversa condición. Los ha habido sobre la tratadística clásica, como el liminar de Dora Wibenson Architectural Theory and Practice from Alberti to Ledoux (1982). Los ha habido centrados en los textos fundamentales de la modernidad, como el fundacional de Ulrich Conrads  —Programme und Manifeste zur Architektur des 20. Jahrhunderts (1964)— y los más recientes de K. Michael Hays —Architectural Theory since 1968 (1998) y Harry F. Mallgrave con David Goodman —An Introduction to Architectural Theory: 1968 to the Present (2011)—. Y los ha habido, finalmente, enfocados en las tradiciones tratadísticas de cada país. Por su parte, en lo relacionado con la historiografía de la teoría arquitectónica, deben citarse títulos como Geschichte der Architekturtheorie (1985), de Hanno-Walter Kruft, Vitruve et le vitruvianisme. Introduction à l’histoire de la théorie architecturale (1991), de Georg Germann, y la aún más ambiciosa Modern Architectural Theory: A Historical Survey, 1673-1968 (2005), del ya citado Mallgrave, a los que habría que sumar dos títulos centrados en la historiografía del Movimiento Moderno cabe citar, entre otros, dos títulos importantes: The Historiography of Modern Architecture (1999) de Panayotis Tournikiotis  —cuyo análisis semiológico resulta pionero en la medida en que su tema no es tanto la teoría de la arquitectura en general cuanto la propia historiografía, la historia convertida en metahistoria— y Histories of the Immediate Present: Inventing Architectural Modernism (2008), del ya citado Anthony Vidler, que investiga lo moderno en cuanto constructo historiográfico.

Lo anterior sugiere que el interés particular por los mass media y el interés general por la comunicación ha tenido una importante derivado en los estudios centrados en la historia de las ideas arquitectónicas y su transmisión a lo largo de la historia; un tema con un gran potencial académico y que, en lo que tiene que ver con ámbitos como la historia de la historiografía, están en buena medida por explorar. También está por explorar el uso historiográfico de los nuevos instrumentos digitales, en especial el análisis de big data: no tanto para desentrañar —como si fuera un fin en sí mismo— los datos obtenidos de publicaciones y libros escaneados, cuanto para convertir tales datos manejados a gran escala en el sustrato para nuevas síntesis y enfoques a largo plazo: una especie de longue durée braudeliana pasada por el tamiz digital. Así lo defienden, por ejemplo, David Armitage y Jo Guldi en The History Manifesto (2014), un libro cuyas lecciones podrían ser válidas para la historiografía arquitectónica.

Giros tecnológicos y medioambientales

La descripción de la ‘república historiográfica’ de la arquitectura en estos últimos cuarenta años no estaría completa sin citar otro tipo de historias cuya relevancia no ha hecho sino crecer en los tiempos hipertécnicos y antropocénicos que hoy corren: las historias de la tecnología y, junto a ellas, las historias de la arquitectura consideradas desde el punto de vista del medioambiente. De las dos, la historiografía sobre la técnica arquitectónica es la que tiene más solera, en la medida en que se retrotrae, cuando menos, a los estudios de Viollet-le-Duc, Choisy, Wallis, Semper o Durm o, ya en el siglo xx, Jacques Heyman y sobre todo Hans Straub. Últimamente, esta tradición historiográfica  se ha enriquecido desde perspectivas diversas pero en buena medida complementarias: la positivista y la culturalista. La primera de ellas ha hallado un campo de cultivo privilegiado en las nuevas cátedras de Historia de la Construcción. Su enfoque empírico sigue la tradición positivista y ha dado pie a una abundante colección de estudios a cargo de autores como Robert Mark, Jean-Pierre Adam o Giovanni y Michele Fanelli, entre otros muchos. La variedad no es menor en lo que toca a las historias técnicas de corte más culturalista, que abarcan desde los planteamientos operativos de Frampton en sus Studies in Tectonic Culture hasta los enciclopédicos relatos con enfoque constructivo y al mismo tiempo teórico de Roberto Gargiani. A los anteriores deben sumarse los estudios históricos sobre materiales específicos, amén de las dos dispares e influyentes aproximaciones al viejo problema de la relación entre ciencia, tecnología y arquitectura: Architecture and the Crisis of Modern Science (1983), de Alberto Pérez-Gómez, y Les architectes et les ingénieurs français dans le Siècle des Lumières (1988), de Antoine Picon.

En lo que se refiere a la historiografía planteada desde una perspectiva ‘energética’, ‘termodinámica’ o —si se prefiere utilizar un término más amplio— ‘medioambiental’, es indudable que su desarrollo ha tenido mucho que ver con la conciencia ecológica que parece definir hoy al capitalismo, y en este sentido la aproximación medioambiental a la arquitectura debe considerarse como un fruto más bien tardío del cambio de paradigma que está afectando a todas las ciencias humanas. Así y todo, no puede decirse que la historiografía medioambientalmente sensible sea un fenómeno nuevo, pues de hecho cuenta ya con un puñado de textos pioneros que incluso podrían considerarse ‘clásicos’, desde Technics and Civilization (1934) de Lewis Mumford, Mechanization takes Command (1948) de Sigfried Giedion y American Building: The Forces that Shape it (1947) de James M. Fitch hasta The Architecture of Well-tempered Environmnent (1968) de Reyner Banham, pasando por la trilogía que Lawrence Wright dedicó en los años 1960 a la calefacción, los aparatos sanitarios y el confort doméstico. A estos clásicos de primera hora deben sumarse otros dos algo más tardíos: Thermal Delight in Architecture (1979), de Lisa Heschong —que es una breve pero delicadamente fenomenológica introducción a la historia de la arquitectura desde el punto de vista de los ambientes que envuelven al cuerpo humano— y, sobre todo, El fuego y la memoria: sobre arquitectura y energía (1991), de Luis Fernández-Galiano (1950), un texto tan rico como difícil de catalogar que es deudor de las visiones técnicas de Banham y Steadman tanto como de las aproximaciones antropológicas de Rykwert y Choay, y en el que, al mismo tiempo que se ensaya una aproximación termodinámica a la arquitectura, se propone una breve historia de la disciplina desde el punto de vista del medioambiente.

Junto a los clásicos de Mumford, Giedion, Banham, Wright, Heschong y Fernández-Galiano deben citarse otras aportaciones que poseen un carácter menos ensayístico que propiamente historiográfico. Por un lado, revisiones del Movimiento Moderno planteadas desde el punto de vista del higienismo y la salud, como la de Paul Overy en Light, Air and Openness, Modern Architecture Between the Wars (2008). Por otro lado, trabajos más recientes que abordan la arquitectura del siglo xx desde el punto de vista del clima, como los de Michael Osman y Daniel A. Barber centrados en los Estados Unidos —Modernism’s Visible Hand: Architecture and Regulation in America (2018) y Modern Architecture and Climate (2020), respectivamente—, y como los de Joaquín Medina Warmburg (1970) y Claudia Shmidt sobre la arquitectura latinoamericana —The construction of climate in modern architectural culture, 1920-1980 (2015). Lo anterior puede completarse con la primera aproximación al problema en un sentido temática y cronológicamente amplio y transversal: Historia medioambiental de la arquitectura (2019), de quien esto suscribe.

 Otros paradigmas, nuevas historias

Por su carácter diverso y en buena parte inédito, la producción historiográfica ha conseguido ser más fructífera que la producción teórica y crítica. De una parte, han aparecido revisiones de la modernidad canónica, ya sea para proclamar un mentís casi completo al contenido de las ‘historias-manifiesto’ —como en el caso de los posmodernos—, ya sea para matizarlo, reformarlo o ampliarlo —como en la historias revisionistas—, o bien para recuperar corrientes y autores de difícil encaje en los cánones establecidos —historias sobre heterodoxos. De otra parte, la crítica al eurocentrismo ha propiciado la aparición de historias transculturalistas en las que la arquitectura y su historia se han intentado presentar como un fenómeno global. Al mismo tiempo, se ha ido completando el conocimiento histórico sobre ciertos periodos conflictivos, como el Manierismo y la Ilustración, así como sobre las versiones regionales y locales de las grandes corrientes estilísticas, y, al hilo de los discursos críticos de la modernidad operados desde el estructuralismo tardío y el relativismo de los Estudios Culturales, han emergido también historias y microhistorias orientadas a desvelar la relación de la arquitectura con los mass media, la cultura digital, el sexo y el género. Finalmente, se ha ampliado el campo de las investigaciones históricas para abarcar asuntos como el desarrollo del pensamiento arquitectónico, la evolución tecnológica y la relación de la arquitectura con el medioambiente; campos que son relativamente nuevos y que en muchos sentidos adolecen todavía de la inmadurez de los movimientos en curso, pero de los que cabe esperar aportaciones relevantes.

La modernidad y la posmodernidad, lo local y lo global, lo eurocéntrico y lo regional, el Movimiento Moderno y los estilos históricos, los grandes relatos y las microhistorias, los manuales y las biografías, la producción del conocimiento y su difusión, la práctica y la teoría, la forma y la técnica, la técnica y el medioambiente: todas ellas son polaridades que, de una u otra manera, están presentes en los enfoques historiográficos que se acaban de reseñar; enfoques que, si bien dan cuenta de la riqueza de una disciplina tan introvertida y exigente y al mismo tiempo tan sensible a lo social como la arquitectura, por fortuna no consiguen agotarla. En este sentido, cabe esperar que el futuro próximo depare frutos en otros campos de investigación ligados a preocupaciones contemporáneas: las nuevas historias globales de la arquitectura; las microhistorias heterodoxas sobre autores y obras presuntamente convencionales; las historias sociales de la arquitectura centradas en el papel de las instituciones, la crítica y la opinión pública en la construcción de los diferentes paradigmas; las historias culturales de los materiales de construcción; las historias de herramientas como el dibujo o los sistemas de representación; las historias urbanas y territoriales desde el punto de vista del medioambiente; las historias de la pedagogía arquitectónica; las historias de las historiografía enfocadas tanto en clave cosmopolita como nacional; las historias económicas de la arquitectura; las historias de los usos políticos de la arquitectura... En fin, historias y relatos que servirán para reelaborar y ampliar la idea de la historiografía y, con ella, la idea de la propia arquitectura.