La modernidad viva de Balkrishna Doshi

¿Ser
moderno consiste en asumir un estilo, en tener cierta actitud, en seguir
fatigando los caminos de las vanguardias, en ser al cabo un modo de darse lo
antiguo? Es improbable que Balkrishna Doshi (1927-2023), uno de los padres de
la arquitectura de la India, sintiera que lo moderno fuera un asunto
trasnochado. Para él, la modernidad nunca perdió su ingenua vocación de ‘ser
moderna’, es decir, de acercar a las sociedades al bienestar y la justicia.
Doshi
comenzó a formarse como arquitecto en los tiempos en que la India veía con
esperanza su recién estrenada independencia. Lo hizo en Bombay, en una escuela
de arte a la que llegaban los ecos de la arquitectura de Occidente. La
atracción por lo moderno hizo inevitable el grand tour por
Europa, y Doshi conoció a Le Corbusier, para quien trabajó no solo en París
sino también en la India, pues recibió el encargo de supervisar los proyectos
de su maestro en Ahmedabad, entre ellas la sede de la Asociación de Propietarios
de Molinos y la villa Shodhan, dos extraordinarios edificios-retablo.
Doshi
fundó por entonces su propio estudio, y lo hizo arropado por las élites de la
industriosa Ahmedabad —la Mánchester de la India—, habida cuenta de que
compartían con él el sueño de una nación moderna pero ligada a sus raíces. Pero
la pregunta de cómo ‘ser moderno’ en un país como la India no dejaba de
implicar contradicciones, y responderla le llevó a Doshi toda una carrera
exitosa y sostenida en la exploración eficaz de los dos tipos de proyectos más
necesarios: las viviendas y las universidades.
En
edificios como el Instituto Indio de Gestión en Ahmedabad —construido al hilo
de la colaboración con Louis Kahn, su otro maestro—, Doshi combinó la
espacialidad moderna con la atmósfera y los materiales tradicionales. Con todo,
fue en el campo de las viviendas donde Doshi sintió que la modernidad podía
cumplir mejor su destino emancipador. En un país de slums, que
apenas disponía de recursos tecnológicos y económicos, y donde el clima podía
resultar atroz, construir casas baratas implicaba, precisamente, hacerse la
pregunta que tanto inquietaba al arquitecto: ¿se puede ‘moderno’ aquí? Doshi lo
creyó posible, siempre y cuando se asumiera que esta modernidad no podía ser la
misma que la europea, tal y como evidencian algunas de sus obras maestras,
desde el conjunto residencial para la Life Insurance Corporation en Ahmedabad
hasta las viviendas sociales Aranya en Indore, que son contenidas y
contextuales.
La
concesión del Premio Pritzker a Doshi en 2018 fue un acto de justicia muy
tardío, pero ha permitido dar a conocer la obra del arquitecto y pedagogo
mediante actos de diversa índole, entre ellas la gran exposición organizada
varias instituciones europeas e indias que, tras un largo periplo
internacional, ha recalado en el Museo ICO. El catálogo de la muestra,
cuidadosamente editado, funge también de excelente monografía que, a la postre,
no hace sino confimar el compromiso del artífice indio. Doshi aprendió de Le
Corbusier que la arquitectura no es otra cosa que «la historia de la vida»; por
eso, su modernidad comprometida y social, su modernidad de precariedades y
periferias, nunca renunció a ‘ser moderna’.