Los estadios de Qatar

Los mejores espectáculos no son los de la naturaleza;
son los del hormiguero humano en las celebraciones deportivas. Las más deseadas
hoy son las del fútbol, que alcanzan su clímax en los mundiales, acontecimientos
deportivos al mismo tiempo que máquinas ideológicas por las que se propaga el
poder blando para llegar allí donde no alcanza el fuerte. Máquinas ideológicas que
dependen de los escenarios del combate con el balón: los estadios deportivos.
Que los estadios son algo más que simples contenedores
de masas ha quedado patente en Catar. Su propósito, como el de tantas
arquitecturas de la globalización, ha sido crear identidad a través de
monumentos instantáneos que propician la homologación internacional del Régimen
y construyen ‘relatos de país’ en un lugar con apenas historia. Hace cien años,
Ortega y Gasset advirtió del “origen deportivo del Estado”; y sigue teniendo
razón: los estadios de Catar han sido escenarios del deporte, pero sobre todo han
sido máscaras de la política.
Como cualquier máscara, los estadios de Catar han
mostrado a la vez que han ocultado. Lo que han ocultado es la realidad de un
país de penumbras, comprometido en el empeño, harto improbable, de conciliar
progreso y teocracia. Y lo que han mostrado es la imagen compensatoria de esa
penumbra a través de la arquitectura luminosa de los edificios deportivos: el Estadio
Al Janoub, de Zaha Hadid Architects; el Estadio Lusail, de Foster+Partners, y
los estadios 974 y el Al Thumana, de los españoles Fenwick+Iribarren. Todas ellos
ejemplos de esa arquitectura-espectáculo que se consume velozmente, de pantalla
en pantalla, a golpe de clic.
Pese a su vocación de singularidad, ninguno de estos
estadios ha sido singular. No lo han sido por sus innovaciones tipológicas,
pues se han limitado a reproducir esquemas acreditados. No lo han sido por su
modo de enfrentarse al clima, más allá del empleo de estrategias de ventilación
natural cuya eficacia pondrán a prueba las tormentas del desierto. Y no lo han
sido tampoco por sus mecanismos formales, que han seguido la tónica de generar
simbolismo merced a relatos sobre el país anfitrión o sobre metáforas naturales
que pueden intuir con facilidad toda clase de públicos.
A lo anterior podría objetarse ‘¿Por qué más? ¿No
basta conque un estadio funcione y transmita ciertos mensajes?’. La objeción estaría
justificada si no fuera porque se han dado casos de estadios más complejos y
valiosos, que han ayudado incluso a la construcción del espacio público. Así
las palestras griegas, lugares destinados a la lucha física y a la controversia
intelectual, que ocupaban un enclave señalado en el ágora. Así los anfiteatros
romanos, elementos primarios del espacio público de la urbs, que no se
consideraban construcciones instantáneas sino monumentos a largo plazo. Y así
también los edificios deportivos de la Barcelona y el Pekín olímpicos, que se
diseñaron como parte de una estrategia muy ambiciosa de monumentalización e
higienización de la ciudad.
En Catar no se han dado estrategias semejantes. Los
estadios se han concebido como objetos ensimismados que no han contribuido a
estructurar el espacio público, ese ‘pegamento’ físico y simbólico que tanto
escasea en Doha. Esto no quita para que los organizadores hayan atendido a la
pregunta inevitable en este tipo de acontecimientos — ¿qué hacer el día
después?—, y para que su respuesta haya sido, al cabo, la parte más innovadora de
los mundiales: una vez entregada la copa al ganador, los estadios comenzarán a reciclarse.
Unos, como el 974, se desmontarán para construir con sus piezas viviendas
sociales, en tanto que otros —la mayor parte— reducirán a la mitad su aforo
para hacer sitio a clínicas, centros comerciales, auditorios y hoteles de lujo.
Las autoridades cataríes ligan este proceso de ajuste razonable a una “estrategia
de sostenibilidad”, aunque resulte inevitable pensar que la sostenibilidad que
les interesa sea menos la social que la financiera. Ortega nos advirtió sobre
el origen deportivo del Estado; hoy, los hechos demuestran el origen económico
del deporte. Una vez más.