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Los libros de Koolhaas

Eduardo Prieto

Rem Koolhaas ha conseguido algo de lo que muy pocos arquitectos pueden preciarse: que su voz, haciendo eco más allá de los círculos profesionales, sea escuchada con la misma admiración, incluso con el mismo arrobo, con que se escucha a los intelectuales gurús. Es difícil adjudicar pesos a la balanza de su éxito como arquitecto global. La mayor presión sobre los platillos la ejerce, sin duda, su gran talento sostenido en la percepción aguda de los problemas del hoy. Pero no es menor el peso que tiene la cuidadosa construcción de su imagen de genial energúmeno, tan fatigosa y a la vez tan atractiva para los medios. Con todo, Koolhaas nunca hubiera sido el intelectual que es —el intelectual que, como los más grandes, ocupa la portada del Time— si, además de construir edificios sorprendentes y actuar como un divo, no hubiera sido un buen escritor, un homme de lettres como lo fueron Adolf Loos en la Viena finisecular y Le Corbusier en el París de las vanguardias.

Koolhaas trabajó como periodista antes que como arquitecto, y esto se nota en su lenguaje severo, directo, rico, que unas veces toma la forma escueta del eslogan y otras se despliega en sutiles pero siempre comprensibles parrafadas. Entre los muchos géneros en los que es ducho, ha frecuentado el artículo de opinión, de ahí que el público general quizá lo conozca más por sus proclamas sobre el patrimonio histórico, la Unión Europea o el futuro del campo que por sus reflexiones sobre la arquitectura. Sin embargo, donde Koolhaas ha puesto mayor esmero ha sido en sus catálogos-libros-manifiesto: inclasificables volúmenes donde el ensayo sesudo convive con el comentario bufonesco, y donde el texto estetizado hasta el extremo a través de tipografías a veces grotescas dialoga con enloquecidas colecciones de planos, imágenes, logos, fotomontajes, portadas de libros o recortes de periódico. No sólo en la arquitectura, también en la edición, Koolhaas ha sabido construir un lenguaje propio y transgresor.

Es opinión común entre los arquitectos, incluso entre quienes lo admiran, que la versátil y distanciada adaptación a los tiempos que define a Koolhaas hace de este holandés criado en Indonesia un cínico incoherente. Es probable que su desinterés ético y su vocación de tratar la realidad tal y como aparenta ser conviertan a Koolhaas en un cínico, pero no en un pensador incoherente. Su tema es, en rigor, uno: cómo, en lugar de intentar someter la realidad al ‘deber ser’ (como quisieron los arquitectos y urbanistas modernos), deben dársele la vuelta a las utopías para acabar encontrándole el lado bello al capitalismo. En este sentido, Koolhaas es una suerte de Houllebecq de la arquitectura: como el arisco francés, pretende hacer poesía con la dominación económica, el ejercicio del poder y la presunta falta de valores de Occidente.

Este fue ya el propósito de su primer y mejor libro, Delirious New York, de 1978, un ‘manifiesto retroactivo’ que, narrando la historia de la ciudad del Hudson a través de sus rascacielos surrealistas y su urbanismo caótico, propuso un modelo que las megalópolis globalizadas acabarían convalidando veinte años más tarde. Menos contenido y nada historiográfico fue el desaforado S, M, L, XL, publicado en 1995: un volumen de varios kilos de peso y más de mil páginas del que se vendieron 100.000 ejemplares en dos años, y en el que el autor, amén de presentar las obras de su estudio encajadas en las tallas del prêt-à-porter, escribió un elogio implícito del caos y las contradicciones de la ciudad contemporánea. Por su parte, el tercer gran texto de Koolhaas, Elements, elaborado por su estudio y los alumnos de la Harvard Graduate School of Design con ocasión de la Bienal de Venecia de 2014, consiste en una colección de quince libros y cientos de páginas que presenta la evolución de los elementos fundamentales que los arquitectos han usado desde hace 5.000 años: del suelo a la rampa, pasando por el muro, la chimenea o la escalera. Un alegato por lo que permanece constante en la arquitectura, que no deja de ser paradójico en un arquitecto y pensador fascinado por lo que pueda traernos la hipermodernidad siempre cambiante, siempre distinta.