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Pompeya, viaje a la cápsula del tiempo

Eduardo Prieto

Gracias al tiempo, gran escultor, incluso las catástrofes pueden resultar beneficiosas. De no ser por la explosión que el 24 de agosto del año 79 reventó el Vesubio y arrojó toneladas de piroplastos sobre la patricia ciudad de Pompeya, nuestro conocimiento de la civilización de Roma no habría sido el mismo. Sabríamos menos de sus ciudades, pues lo que se ha conservado en Pompeya no son edificios y calles, sino una urbe entera tal y como se habitaba justo antes de su destrucción creativa. Sabríamos asimismo menos de su arquitectura, pues lo que Pompeya exhibe no son tanto ruinas cuanto edificios cuyas proporciones, mosaicos y pinturas hablan de ciertos modos de ver el mundo. Y, sobre todo, sabríamos menos de su vida cotidiana, pues esos edificios y esas calles cobijan un prolijo universo de objetos vulgares, desde pendientes hasta braseros, desde lamparillas hasta triclinios, que en su humanidad casi nos hacen tocar el cuerpo, el rostro, la vestimenta y los gestos de las personas que se tragó la ceniza del Vesubio.

Desde que nuestro Carlos III —entonces Carlos VII de Nápoles— patrocinara los primeros trabajos de excavación, son pocos los que han podido sustraerse del ensalmo de Pompeya en cuanto aire hecho de historia. Si Goethe asimiló sus construcciones a delicadas casas de muñecas, Le Corbusier encontró allí nada menos que catedrales, en tanto que Herman Melville pensó que aquella ciudad era como cualquier ciudad y vio en sus restos el hábitat de un arquetipo: la Humanidad con mayúsculas, siempre la misma en cualquier sitio. Todos ellos se movieron fascinados por la gran cápsula de tiempo que es Pompeya, pero ninguno lo hizo como ha podido hacerlo el fotógrafo Luigi Spina, que, más allá de estrépitos turísticos, se paseó por aquellas calles y casas en un perfecto silencio humano durante el confinamiento de 2020, como si dentro de la cápsula de tiempo se hubiera instalado otra burbuja temporal aún más inquietante.

La ciudad silente, doblemente vaciada y por eso misteriosa por partida doble, que ha sabido leer Spina se acaba de presentar en un libro que cabe considerar excepcional, Pompeya. Lo ha editado La Fábrica con cuidado exquisito, y no es un título de arqueología, ni de historia, ni de arquitectura, sino un relato de imágenes que, en la mejor tradición de los fotolibros, recorre los interiores de más de setenta domus pompeyanas, para retratar los efectos variables de la luz natural, el juego poético de las ruinas, los detalles insólitos de la arquitectura, las marcas insospechadas de la entropía y, sobre todo, la singular y poderosa atmósfera de Pompeya: una atmósfera de vacío que sabe hablar de la pulsión hedonista pero llamada a ser trágica de quienes, como quería Melville, tal vez se nos parezcan demasiado. ¿Somos nosotros también Pompeya?