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Máquinas y místicas de la modernidad. Prólogo de "La Ley del reloj"

Rafael Moneo

[Prólogo de Le ley del reloj. Arquitectura, máquinas y cultura moderna, de Eduardo Prieto]

Cesare Cesariano ilustra el capítulo X de la primera traducción a una lengua vulgar del Vitruvio (Como, 1523) con unos preciosos y elocuentes grabados de madera que representan máquinas diversas, y cuya deuda con los estudios y dibujos de Leonardo es evidente, como siempre se ha señalado. Pero en modo alguno el traductor e ilustrador milanés se hubiera atrevido a decir que aquellas imágenes que describían máquinas —poleas y grúas, molinos y norias, catapultas y carros armados— podían servir de inspiración a los arquitectos, convertirse en modelos para levantar un edificio. Para los tratadistas del Renacimiento era en el cuerpo humano y en la naturaleza donde había que buscar los principios de la arquitectura; era en el universo de los seres vivos donde había que encontrar los criterios para construir un edificio. De ahí que llegase a convertirse en doctrina arquitectónica la idea de que un edificio podía alcanzar la plenitud que con tanta claridad se advertía en los seres vivos, si cumplía con los principios que habían condicionado la forma de éstos, si cumplía con los principios  dictados por la naturaleza. Y como bien puede leerse en Vitruvio “así como en el cuerpo humano hay una proporción y una simetría entre el codo, el pie, la palma de la mano, el dedo y las restantes parte del mismo, ocurre igual en toda construcción perfecta”. La imagen de las máquinas consideradas como artificios se veía como ajena a lo que debía ser un edificio, ya que se consideraba que la arquitectura debía estar tan próxima como fuera posible a una idealizada versión de lo que era la naturaleza.

Pero apagado el optimista resplandor que iluminó la cultura occidental en el Renacimiento, pronto los arquitectos fueron conscientes de que aquella perfección de las formas de los seres vivos era inalcanzable. Y volvieron sus ojos a las máquinas, aquellas criaturas que poco a poco habían dado lugar a ‘otra naturaleza’ creada por los hombres para su provecho y en la que prevalecía la racionalidad: los edificios podían —y debían– ser racionales como lo eran las máquinas, las mismas que con tanta precisión nos encontramos descritas y dibujadas en la Enciclopedia de Diderot y de las que tan orgullosos estaban quienes las veían como síntomas de progreso. No es de extrañar por tanto que  los arquitectos de la Ilustración pensasen que al levantar un edificio podían seguir las mismas leyes y principios de las que se habían servido los constructores de aquellas máquinas. Entender el edificio como un ‘compuesto’ dio lugar a toda una teoría de la arquitectura, que ha llegado hasta nuestros días cuando aún en el currículo de nuestras escuelas nos encontramos con asignaturas que aluden al hoy anacrónico concepto de ‘composición’.

El libro de Eduardo Prieto trata de explicarnos cómo y por qué las máquinas han estado presentes en nuestras vidas y por ende en lo que ha sido la historia de la arquitectura en estos últimos doscientos años. Desfilan ante nosotros ‘momentos estelares’ de la historia de la arquitectura, haciéndose uso de la analogía entre edificio y máquina, que Eduardo Prieto utiliza como si fuese una constante metodológica desde la que observar su devenir. Y lo hace sin perder de vista las circunstancias culturales, sociales y tecnológicas en las que la arquitectura se produce.  De su mano vemos cómo las máquinas del primer tercio del siglo XIX son ya mucho más complejas: las locomotoras se autopropulsan, contribuyendo a que percibamos el mundo –la geografía, se entiende– de otro modo, en tanto que la mejora de la productividad propiciada por los telares mecánicos distorsiona el mundo laboral. Inglaterra lidera la Revolución Industrial, y Eduardo Prieto nos introduce con precisión y agudeza en los problemas que el maquinismo trajo a la arquitectura, tanto desde un  punto de vista estrictamente teórico como de lo que era la práctica constructiva. A mediados del siglo XIX “las máquinas habían invadido todas las esferas de la vida cotidiana” y las gentes eran conscientes del cambio que se había operado. Por primera vez se hace sentir lo que hoy llamamos ‘globalización’ en las Exposiciones Universales, de las que fue la primera aquella de 1851 que dio lugar a la construcción del Crystal Palace. Entretanto, las estaciones de ferrocarril se convertían en nuevas catedrales que manifestaban un respeto cuasi-religioso por la técnica; algo que la arquitectura berlinesa reflejará al construir las fábricas de principios del siglo XX con un sentido de la monumentalidad que antes tan sólo había estado presente en las instituciones.

Y tras una tal introducción, Eduardo Prieto entra de lleno en el todavía próximo siglo XX y nos cuenta cómo los arquitectos pasan de hacer uso de la máquina como modelo para la construcción de los edificios, a referirse a ella haciendo uso de los objetos que produce. La máquina ha generado una nueva estética que subyuga y seduce a los arquitectos, que tratan de replicar en los edificios la forma de aquellos objetos industriales que se han apropiado de la vida cotidiana. La mística de la modernidad se había adueñado de las vidas humanas y era preciso reconocerlo en la arquitectura. Pero “la vieja pugna filosófica, técnica y arquitectónica entre las máquinas y los organismos” seguía en pie, y Eduardo Prieto la documenta hasta nuestros días, dando entrada en la discusión a lo que han sido los relatos más frecuentados en la historia de la arquitectura reciente y haciéndonos ver cuánto los tiempos nuevos reclaman una revisión de nuestro modo de entender lo que el término ‘máquina’ significa.

Pero tras haber intentado un brevísimo apunte de lo que es el contenido del libro me parece que es preciso avisar al lector de que va a encontrarse con un auténtico aluvión de lecturas y referencias a las que no aludo –me propuse en esta introducción no citar un solo nombre propio– y que muestra cuánto Eduardo Prieto se ha pertrechado de conocimiento en años de estudio que le han dado pie a moverse en medio del laberinto de la historiografía reciente con admirable soltura. Confío en que el lector haga uso de este libro, La ley del Reloj, como ‘hilo de Ariadna’ para salir del citado laberinto, valiéndose del guión metodológico de lo que puede ser una historia de la arquitectura de estos últimos doscientos años que usa como método y piedra de toque la analogía o, como a Eduardo Prieto le gusta decir, la metáfora.

 
La ley del reloj.
Arquitectura, máquinas y cultura moderna
Eduardo Prieto
Editorial Cátedra, 2016