Bernini y el 'bel composto'

Bernini se merecía más. La exposición que el Museo
del Prado ha dedicado al gran genio del Barroco, al regista artístico de
la Roma de cuatro papas, es sin duda exquisita, pero se ha quedado corta.
Preparados para disfrutar con espléndidos mármoles, con mágicas luces alla
bernina o con imprevisibles coups de théâtre, acabamos paseándonos
por tres salas donde se albergan cuarenta pequeños objetos entre esculturas,
dibujos, óleos y libros. Están, sin duda, ejemplarmente presentados, pero, al
salir de allí, la sensación es que lo que hemos visto parece más una colección
de fragmentos arqueológicos que una exposición de ‘arte’.
Esto no quiere decir que lo expuesto carezca de valor. Todo lo contrario. Algunas piezas —las Ánimas, la terracota del Éxtasis de Santa Teresa, el busto de Scipione Borghese— son sencillamente obras maestras. Otras, sobre todo los expresivos dibujos que Bernini garrapateados como si fueran viñetas, sirven para entender mejor el método de trabajo del genio napolitano. Hay objetos, como la maqueta de la Fontana dei Quattro Fiumi, que a bote pronto parecen bibelots, pero que se acaban revelando como lo que son, verdaderas joyas de nuestro patrimonio. Los hay también que tienen un valor artístico relativo —tratados de arquitectura o manuscritos— pero que resultan indispensables para entender la época. Hay piezas incluso que inducen a reflexionar, muy barrocamente, sobre la vanidad humana, como esa serie de estatuas doradas que representan a nuestro Carlos ii como un centauro heroico o un Apolo deslumbrante, cuando el pobre no era más que un retardado mental.
Así que ningún objeto está de más. Pero ¿cuántos faltan? En realidad, la pregunta es injusta, pues el tema de la muestra no es Bernini en general, sino su relación con la Monarquía Hispánica. De ahí que se hayan seleccionado sólo aquellos proyectos, la mayor parte abortados, que de un modo u otro tuvieron que ver con España o con esos españoles a los que Bernini, por cierto, consideraba groseros en materia artística. Pero la cuestión no está en la pertinencia del tema, sino en que la colección de objetos presentados como si fuesen fragmentos de ruinas resulta al cabo insuficiente para sugerir lo que en realidad es el arte de Bernini: un bel composto de varias artes trabajando al unísono; un conjunto de efectos rigurosa, bellamente organizados para producir una experiencia intensa, envolvente, atmosférica. Cabe entonces preguntarse si no hubiera sido preferible, por una vez, matizar el minimalismo expositivo o suavizar el rigor de anticuario con otro tipo de información —fotografías, maquetas, más recreaciones virtuales— que diesen cuenta de los escenarios arquitectónicos de las obras. Quizá así no se le hubiese tenido que exigir al visitante de a pie ser un connaisseur o poseer mucha imaginación, si no las dos cosas.
Por fortuna, cada vez más las exposiciones son sus catálogos. El escrito por el comisario de la exposición, Delfín Rodríguez, junto a Marcello Fagiolo, ilumina con creces cualquier presunta falta de erudición o de potencia imaginativa. Se trata de un libro estupendo, muy bien compuesto, ilustrado con documentos originales pero asimismo con fotografías de gran formato, y que contiene textos doctos e inteligentes que explican tanto la letra como el espíritu de la obra del amado de los papas. Cuando se cierran sus páginas, a uno le entran ganas de levantarse y coger enseguida un avión a Roma en pos de Bernini y su genio inagotable.
Bernini.
Roma y la Monarquía Hispánica
Delfín
Rodríguez (Ed.)
Museo N. del Prado, 2014
Publicado originalmente con el título “Un bel composto.
Bernini en Madrid” en Arquitectura Viva 170 (2015).