Cano Lasso o el sentido común

Algunos
arquitectos pretenden construir desde la nada, levantando objetos sobre el
cómodo suelo sin atributos de la tabula rasa; otros, por el
contrario, prefieren transformar lo que ya existe para hacerlo visible de un modo
distinto y fértil. Julio Cano Lasso está, sin duda, entre estos últimos.
La sensibilidad
por las preexistencias humanas y naturales explica acaso que Cano —uno de los
arquitectos más brillantes del siglo XX en España— no tuviera durante años la
fortuna crítica que ahora sopla a su favor. Su modernidad ajena al dogmatismo,
hecha de acuerdos con los problemas reales y que incorporó de un modo personal
la tradición, no encajaba bien con el rigorismo geométrico de las vanguardias
secas, de igual modo que su conservadurismo —por mucho que supiera convivir con
la voluntad plástica de ‘ser moderno’— no acababa de sintonizar con los
discursos rupturistas que fueron dominantes durante buena parte del tiempo que
le tocó vivir.
Es cierto que
esta personalidad de Cano, refractaria a los eslóganes y las ‘corrientes’,
dificultó el entendimiento correcto de su obra. Pero no lo es menos que,
precisamente, el compromiso con las complejidades de lo real —su en el fondo
venturiana fobia al puritanismo de los modernos— fue el que acabó dotando a su
obra de un interés perenne. Y todo ello pese a — o mejor, debido a— el
eclecticismo de Cano, que fue detectado pronto por los críticos y se dio de
maneras diversas, complejas y fructíferas.
Se dio, en
primer lugar, como un eclecticismo en el que se fundieron el poderoso lenguaje
de formas elementales de raíz moderna y la materialidad organicista que si unas
veces tuvo que ver con Aalto —al que Cano profesaba la mayor de las
admiraciones— otras se explicó por la economía de medios y el tono vernáculo.
También se dio como un eclecticismo de los valores, donde el discurso de la
racionalidad moderna supo incardinarse en el crisol de la tradición española,
que un Cano amante de la historia no se cansó de vindicar. Y finalmente se
manifestó como un eclecticismo del estilo, rayano con el manierismo en al menos
dos de los sentidos que cabe adjudicar al término: el manierismo en cuanto
poética personal, hecha con guiños sofisticados que ponen de manifiesto un gran
dominio de la disciplina y su tradición; y el manierismo como capacidad de
adaptarse a las demandas de la vida real —paisajes, ciudades, programas,
clientes—, es decir, el flexible y paradójico manierismo del sentido común.
Son manierismos
que, en el caso de Cano, tienen que ver también con su actitud pintoresquista
de trabajar con los escorzos afortunados, los volúmenes cilíndricos, las
asimetrías inteligentes, los claroscuros pictóricos, la afinidades
atmosféricas, la riqueza de texturas y el diálogo con el paisaje. No extraña
que Cano —como el Gropius fascinado por el castillo de Coca— encontrara en las
fortalezas castellanas la evidencia de una racionalidad poderosa, monumental y
susceptible de fecunda interpretación.
Son muchas las
claves de la obra de Cano Lasso. Y para dar cuenta de ellas Inmaculada Maluenda
y Enrique Encabo han optado por recurrir a la polisemia del término
‘naturalezas’. El resultado es un volumen exquisito que, al calor del
centenario del arquitecto, vierte luz sobre toda una carrera, cuenta con las
aportaciones de críticos de renombre, se sostiene visualmente en el diálogo
entre la bellísima documentación original y las fotos de Iwan Baan, y por ello
puede considerarse la mejor monografía publicada sobre un maestro de la
arquitectura ecléctica y humana.
Julio Cano Lasso. Naturalezas
Inmaculada Esteban Maluenda, Enrique Encabo
Ministerio de Transporte, 2021