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La arquitectura como contexto

Eduardo Prieto

‘Modernidad’, ‘moderno’: es difícil encontrar palabras más ambiguas cuando se habla arquitectura. Para los tratadistas del Quattrocento, ‘modernos’ eran los edificios que por entonces se estilaban, es decir, los tardogóticos a los que ellos querían oponer las nuevas edificaciones all’ antica. Para Vasari, ‘lo moderno’ había cambiado: era ya el estilo romano que con esfuerzo se había conseguido resucitar. Lo mismo con Perrault y los mandarines de la corte de Luis XIV, para quienes moderne era la arquitectura de su época pero cuya calidad pretendían parangonar con la antigua. Toda esta dialéctica entre el hoy y el ayer se quebró con la caída de la ideología normativa del clasicismo, que trajo consigo una ‘modernidad’ connotada operativamente para significar el estilo a la altura del Zeitgeist: una modernidad hecha de rupturas, no de continuidades.

Con tanta historia a sus espaldas, ‘lo moderno’ no puede ser para nosotros sino algo ambiguo. Algo que, al mismo tiempo que se refiere sin más a la condición actual —todo ha sido en algún momento ‘moderno’—, alude al estilo de un periodo ya fenecido —la modernidad de las vanguardias—: una modernidad que, como los zombis, está muerta pero viva, por cuanto seguimos nutriéndonos de ella. Es en este marco en el que se inscribe José Ignacio Linazasoro con La arquitectura como contexto, un libro cuyo subtítulo no puede ser más explícito a la hora de revelar su condición: ‘Una respuesta antimoderna’.

No puede serlo porque, a la hora de elegir la ‘modernidad’ que más le interesa, Linazasoro entronca con su línea más intempestiva, la de la ‘antimodernidad’ de Sedlmayr y Compagnon; una filiación que no implica, sin embargo, el conservadurismo, pues la de Linazasoro sería une modernité autre cuya historia correría pareja a la de las vanguardias históricas y cuyos modos, lejos de diluirse en la arqueología, tendrían plena vigencia en el contexto de delicuescencia de la arquitectura de hoy. Así las cosas, Linazasoro propone un libro coherente con sus anteriores y también excelentes La memoria del orden (2013) y El proyecto clásico en arquitectura (1981), que toma la forma de un ensayo pero cuya facilidad es solo aparente, habida cuenta del recorrido histórico, crítico y teórico que en él se propone.

Un recorrido con varias partes que el autor sabe conjugar con pericia. La primera es una historia conceptual de una modernidad alternativa que, como la de Rossi, sería contextual y urbana. La segunda es un estudio del concepto de ruina como paradigma de una arquitectura fragmentaria pero con memoria. El tercero estriba en el examen crítico de arquitectos modernos que o bien han abordado el problema de tratar con las preexistencias —Asplund, Schwarz, Döllgast— o bien han trabajado con fragmentos urbanos —Tessenow, Taut, Pikionis—. El último consiste en el análisis de proyectos contemporáneos dotados de una poderosa impronta contextual y memoriosa, algunos tan polémicos con la intervención en el Teatro de Sagunto de Giorgio Grassi, un arquitecto al que Linazasoro admira. Todo lo anterior se acompaña con la presentación del trabajo del autor, desde la iglesia de Medina de Rioseco y las Escuelas Pías de Lavapiés hasta sus obras recientes junto a Ricardo Sánchez en Reims, Sevilla o Segovia: un trabajo cuya inclusión en el libro se explica menos por la inevitable coquetería de arquitecto que por la singular coherencia con la que el autor ha sabido conjugar teoría y práctica a lo largo de su carrera.

En este sentido, conviene dejar claro que, como texto de espíritu rossiano, La arquitectura del contexto quiere ser operativo. Sus tesis no se agotan en el discurso histórico ni se encierran en la burbuja teórica, sino que plantean un admirable modo de hacer que se sostiene en el valor de la arquitectura como hecho cultural, desmiente la condición de “objetos artísticos” a los que el capitalismo estetizante ha abocado a los edificios y reivindica el trabajo colectivo frente a los excesos enfermizos de la autoría. Es decir: postula una arquitectura que no se reinventa continuamente para adaptarse de un modo fatigoso al Zeitgeist, sino que se apoya en la preexistencia y la memoria, así como en su condición inacabada —en el clásico non finito— para servir a las necesidades del presente. Una arquitectura que ejerce sin complejos su autonomía, hace gala de su confianza como disciplina autónoma y, precisamente por ello, acaba siendo eficaz.



La arquitectura como contexto. Una respuesta antimoderna
José Ignacio Linazasoro
Ediciones Asimétricas, 2021