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Le Corbusier, aurora y ocaso

Eduardo Prieto

Hace años Beatriz Colomina nos hizo ver que la fortuna de los arquitectos depende en buena medida de la gestión que hagan de sus documentos de trabajo, contraponiendo el pudoroso Loos, del que apenas quedan algunos dibujos, al exhibicionista Le Corbusier, con su manía de archivar hasta los recibos de la lavandería. La compulsión de Corbu ha sido una suerte para los investigadores que, buceando en esa cantera de datos inagotable que es la Fundación Le Corbusier, son capaces de reconstruir día a día, a veces incluso hora a hora, la vida del maestro.

Es el caso de Ricardo Daza, cuyo extraordinariamente bien documentado Tras el Viaje de Oriente recompone el célebre periplo que un Jeanneret de 23 años emprendió en 1911 junto a Auguste Klipstein, un no menos joven historiador apasionado por El Greco, y que le llevaría a lo largo de casi seis meses a atravesar media Europa, desde Dresde hasta La Chaux-de-Fonds, pasando por Austria, Hungría, Serbia, Rumanía, Bulgaria, Turquía, Grecia e Italia.

Se trata, claro está, de un viaje muy conocido, si no mitificado desde que el propio Le Corbusier lo difundiera retrospectivamente, y que además ha merecido atención en estudios tan irreprochables como Le Corbusier’s Formative Years y Le Corbusier: Viaggio in Oriente, de los profesores Allen Brooks y Gresleri, respectivamente. Pero el libro de Daza va más allá: sirviéndose de 1.000 documentos extraídos de los cuadernos de viaje de Jeanneret, de su epistolario, y de sus apuntes en las guías Baedeker, el autor es capaz de volver a montar el puzzle apasionante de aquel grand tour que, en palabras del maestro, le convirtió en un arquitecto de veras.

Lo más interesante, sin duda, de esta labor de miniaturismo intrahistórico es la constatación del cambio de actitud que se produjo en el viajero a lo largo del camino, un cambio que sería el germen de las muchas y fructíferas contradicciones de su carrera. Así, el joven Jeanneret desprecia el academicismo de Viena y elogia la artesanía de los Balcanes pero, intoxicado por el orientalismo de Pierre Loti o Théophile Gautier, tarda tres semanas en percatarse de la belleza real de Estambul; descubre la verdades eternas del Partenón como machine à émouvoir, pero no deja de reconocer que su poderío formal le hastía; Roma, al principio, le decepciona, pero luego acata la belleza intemporal de sus ruinas de ladrillo. Por ello, cuando vuelve de esta odisea menos oriental que mediterránea, el joven lo tiene claro: «Hay que empezar desde cero». En realidad, lo que Jeanneret se había traído de vuelta a Suiza eran unos nuevos ojos.

La de la visión seguirá siendo una de las metáforas preferidas del tuerto Le Corbusier 54 años más tarde, cuando se ponga a escribir el que sería su último libro, Mise au point. En este texto, donde puede leerse el célebre «Je suis un âne, mais qui a l’oeil», el maestro septuagenario pone en claro las ideas de su carrera, y lo hace al mismo tiempo que corrige las pruebas del manuscrito de Le Voyage d’Orient, en una especie de bucle vital que anuda la aurora y el ocaso de su vida.

El profesor Jorge Torres ha dado cuenta de este bucle al traducir con precisión y por primera vez al español, Mise au point, acompañándolo con un riguroso ensayo en el que presenta las muchas peripecias del texto editado en 1966 por Jean Petit (presunto hijo natural de Le Corbusier, según un testimonio recogido por Torres) y lo incardina en la etapa final del maestro y en el conjunto de su trayectoria.

Mise au point no es una obra brillante, ni ha sido influyente. De hecho, es un libro caótico, por momentos ilegible, concebido como un collage de fragmentos de procedencias diversas, que además suelen recaer en lugares comunes, al menos en los lugares comunes lecorbusianos. Lo cierto es que, treinta años después de publicar Quand les cathédrales étaient blanches, Le Corbusier sigue sin entender Nueva York; continúa atacando una arquitectura, la ecléctica, que ya no le interesa a nadie, y persevera en su tozudo empeño sectorizador al defender el esquema territorial de Les Trois établissements humains. Sin, embargo, la voz que se oculta tras este fárrago idiosincrásico no deja de ser atractiva y característica, sobre todo cuando se tiñe de desencanto o presagia ya el final: «La naturaleza cierra toda actividad con la muerte; sólo el pensamiento es transmisible.» Sus innumerables discípulos siguen dando fe de ello.


Tras el Viaje de Oriente
Ricardo Daza
Fundación Arquia, 2015

Le Corbusier. Mise au point
Jorge Torres
Abada, 2014


Publicado originalmente en Arquitectura Viva 176 (2015).