Matadero o Babel

La
maestría también se da por tonos. Aunque nuestra educación tardorromántica nos
haga preferir los maestros mayores —los héroes de la arquitectura cuyo lenguaje
es intransferible—, los maestros menores resultan más interesantes cuando lo
que se pretende entender son menos las personas que los tiempos. Libres de las
manías del ego, los maestros menores dan mejor el tono de la época.
Luis
Bellido fue uno de estos maestros menores. Formado en los tiempos pragmáticos
del eclecticismo, no tuvo un estilo propio; de hecho, ni siquiera fue fiel a un
lenguaje. Como tantos arquitectos de su época, ligó la función con el carácter
y el carácter con el ornamento, de manera que cada edificio, sin dejar de ser
singular, pudiera inscribirse en las exigencias del decoro. Esta flexibilidad
estilística era el resultado de un rigor normativo que a los arquitectos de hoy
nos cuesta entender, adoctrinados como estamos en la idea moderna y a la vez
arcaica de que la arquitectura debe por fuerza ser fruto de la innovación. Por
ello nos sentimos distanciados del tipo de arquitectos que tan bien encarna
Bellido: la de aquellos profesionales de talento que, sin salirse de su época
merced a un poderoso sello personal —o quizá precisamente por ello—, tuvieron
carreras en extremo fecundas y relevantes.
Dar
cuenta de la importancia de Bellido es, precisamente, el propósito de ‘Luis
Bellido. Arquitecto municipal de Madrid (1905-1939)’, la excelente exposición
que, comisariada por Javier Mosteiro, puede visitarse en el Centro Conde Duque
de la capital. Una muestra que se complementa con un riguroso y cuidado
catálogo homónimo, repleto de documentación original y sostenido por ensayos de
calidad, que es, en rigor, la monografía más completa que hasta el momento se
haya dedicado a Bellido.
El
volumen no solo nos introduce en las historias personales y profesionales del
arquitecto nacido en 1869 —sus años en Galicia y Asturias, su consagración en
la capital, su ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando—, sino
que nos hace palpar la pulsión de la época. En especial la pulsión del Madrid
donde Bellido fue arquitecto municipal durante muchos años: una ciudad en
crecimiento y con ansias de renovación, ávido al mismo tiempo de representación
monumental y de reformismo higienista. Fueron dos avideces a las que supo dar
respuesta Bellido: al monumentalismo burgués, por medio de sus inmuebles en los
ensanches, con su hábil mezcla de referencias parisinas y españolas; y al
higienismo, a través de sus construcciones más utilitarias, donde el arquitecto
ensayó un fértil racionalismo mudéjar —despojado pero decoroso—, cuya calidad
se constata en edificios como el Mercado de Tirso de Molina o el Matadero de
Madrid.
En
la capital acelerada y pronto trágica de las primeras décadas del siglo XX,
Bellido coincidió con un arquitecto más joven y talentoso, un maestro en tono
mayor cuyo lenguaje habría de deslumbrar durante un tiempo: Antonio Palacios.
Si la aportación de Bellido a Madrid tuvo una gran relevancia, aun mayor fue la
de Palacios, un artífice dotado de una insultante facilidad formal y que tuvo
la rara virtud de conectar con el imaginario burgués y aun de construirlo. Lo
hizo sobre todo por medio de sus obras en el eje Alcalá-Gran Vía: el Palacio de
Comunicaciones, el Banco Español del Río de la Plata y, sobre todo, el Círculo
de Bellas Artes, ese pequeño zigurat metropolitano que, por su lobotomía y su
cisma vertical, haría hoy las delicias de Koolhaas.
Al
Círculo de Bellas Artes se consagra Arquitectura de un palacio sin
tiempo, un cuidadoso volumen publicado al calor del centenario del
proyecto. Con rigor documental y tino narrativo, su editor, Delfín Rodríguez,
da cuenta de la compleja historia del concurso que propició la obra, amén de su
desarrollo y ejecución, y enriquece esta meticulosa labor disectora indagando
en apartados más específicos pero no menos interesantes, desde el papel
simbólico del Círculo en el contexto de una metrópolis naciente hasta la
abundante iconografía generada por un edificio que fue polémico desde el
principio y al que, no en vano, Federico García Lorca dedicó un célebre soneto
burlesco: «Ya lo sabes, Palacios, ¡gran patricio!, que a Babilonia antigua has
resurrecto».
Luis Bellido
Arquitecto municipal de Madrid (1905-1939)
Javier
García-Gutiérrez Mosteiro (ed.)
Centro Conde Duque, 2021
Arquitectura de un palacio sin tiempo
El proyecto de Antonio Palacios para el Círculo de Bellas Artes
Delfín Rodríguez (ed.)
Círculo de Bellas Artes, 2021