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Profeta Rifkin

Eduardo Prieto

La del profeta no ha sido nunca una profesión de futuro, y menos aún en los tornadizos tiempos que corren, cuando todas las certezas parecen disolverse y nos desayunamos cada mañana con un peligro inopinado. Sin embargo, profetas sigue habiendo muchos, aunque sus pronósticos no suelan calar, por no ser escuchados o suficientemente atendidos.

No es el caso de Jeremy Rifkin, uno de los sociólogos y economistas más influyentes del contexto actual, cuyos augurios son puntualmente solicitados —y puntualmente pagados— tanto por políticos que buscan dar con el signo de los tiempos como por grandes compañías que quieren conocer hacia dónde se dirige esa cosa tan difícil de prever que es el futuro. Rifkin les da a unos y a otros lo que necesitan, y sabe asimismo sintonizar con un público ávido de grandes retratos panorámicos sobre el mañana, y, en este sentido, acaso quepa imaginarse a Rifkin tirándose de los pelos por no haber sabido ver a tiempo la epidemia de coronavirus. Que le sirva de consuelo que a quienes supieron verla, como Bill Gates, nadie les hizo caso.

lo largo de treinta años, el tema fundamental de Rikfin ha sido la relación de las nuevas fuentes de energía y las tecnologías emergentes con los modelos productivos y sociales. Un tema que ha sabido abordar con iguales dosis de perspicacia y oportunismo, conjugando el manejo de infinitas masas de datos con una capacidad de síntesis abrumadora, y un poderío analítico y una claridad expositiva que explican, a la postre, su éxito.Dicho esto, Rifkin, como buen profeta, ha errado mucho en sus pronósticos: aunque es verdad que en 1995 acertó de lleno en su análisis de las consecuencias laborales de la automatización, y en 2000 anticipó el modelo de hiperconectividad global que iban a producir las nuevas tecnologías, en su Economía del hidrógeno, de 2002, apostó por un futuro inmediato basado en la energía limpia y universalmente accesible, y en 2014 corrió también demasiado a la hora de anunciar, en La sociedad del coste marginal cero, que la fabricación digital iba a conducir a una radical e inmediato cambio de modelo social y productivo.

Su última profecía acaba de aparecer en un libro cuyo título larguísimo hace las veces de eslogan: El Green New Deal global: por qué la civilización de los combustibles fósiles colapsará en torno a 2028 y el audaz plan económico para salvar la vida en la Tierra. Se trata de un estudio bien documentado y bien escrito, como todos los del autor, en el que, sin embargo, desde el principio resultan evidentes dos deudas. La primera tiene que ver con obras anteriores de Rikfin, como La tercera revolución industrial (2011), donde ya había abordado la irrupción de las energías renovables en la economía global. Y la segunda, más inquietante, con el lobby que ha pagado en último término su investigación, formado por políticos demócratas estadounidenses y laboristas británicos concienciados con el problema del calentamiento global, y también, cosa menos previsible, por grandes burócratas y empresarios chinos.

Más allá de estas deudas que, con el típico fair play anglosajón, Rifkin no tiene problemas en reconocer, el libro parte del hecho de la emergencia climática para anticipar que la solución no será el resultado de la tutela del Estado —como han querido hasta ahora los ecologistas y parte de la izquierda occidental—, sino de las propias leyes del mercado. La tesis de Rifkin es que el desarrollo de las renovables, unido a la conectividad global, han hecho que la producción de energía limpia sea tan barata como para resultar tan rentable como la extracción de unos cada vez más escasos y recónditos combustibles fósiles. Los efectos de este cambio de paradigma serán inmediatos y, según el autor, de hecho se constatan en la desinversión generalizada en activos ligados a la economía del petróleo y el gas. Rifkin se atreve incluso a poner fecha al «colapso» —otro colapso más— «de la civilización de los combustibles fósiles»: 2028.

¿Desempeñará la arquitectura algún papel en esta nueva coyuntura? Según Rifkin, uno fundamental: gracias a la integración de los paneles fotovoltaicos y termosolares en las cubiertas y las fachadas, y a la posibilidad de gestionar la producción doméstica de energía mediante el ‘internet de las cosas’, los edificios funcionaran como nodos de un sistema de distribución de energía organizado en red que será más robusto que las mallas centralizadas de hoy, y también más equitativo.

Rifkin no habla de diseño pasivo ni trata en ningún momento de la ciudad: por eso su aproximación resultará demasiado ingenua a quién esté al tanto de los problemas reales de la arquitectura. Pero esto no quita interés a un libro por lo demás un tanto panfletario, que no cabe en ningún caso desdeñar. Como buen profeta, Rifkin a veces acierta... 



El Green New Deal global
Jeremy Rifkin
Paidós, 2019