Wang Shu, políticas de la identidad

El
Pritzker concedido en 2012 a Wang Shu sirvió para desvelar la potencia de una
arquitectura hasta entonces más bien desconocida, y al mismo tiempo permitió
‘sacar a la luz’ el sorprendente trabajo, aún más desconocido, de arquitectos
más jóvenes que Wang Shu, en su búsqueda de una identidad que, sin tener un
sesgo político, trascendiera la nostalgia del pasado o la simple convalidación
de los procesos urbanizadores del capitalismo tutelado que allí se estila.
En buena medida, debemos a Wang Shu —y también a su mujer y socia Lu Wenyu— nuestro conocimiento de la arquitectura china contemporánea, y no es de extrañar que las muy pocas muestras que en Occidente se han dedicado a la producción en aquel país hayan tenido que ver con los líderes de Amateur Studio. Es el caso de la exposición que el Museo Louisiana de Arte Moderno en Dinamarca ha dedicado a Wang Shu, cuyo notable catálogo constituye la primera monografía más o menos completa y académicamente solvente dedicada al arquitecto.
Introducida por un más bien protocolario texto de Kenneth Frampton, y completado con un idiosincrásico ensayo de Ole Bauman y otros textos de mayor interés a cargo del propio Wang Shu y scholars chinos, el catálogo recoge la trayectoria del arquitecto nacido en 1963 a través de nueve obras: desde el Museo de Historia de Ningbo hasta el Complejo Cultural Fuyang, pasando por la Carretera Imperial de Zhongshan, el Jardín de Tejas, el Pabellón de Cerámica Jinhua, el Campus de Xiangshan, la Casa Wa Shan, el Museo de Arte Contemporáneo de Ningbo o la Aldea de Wencun. Todos ellos evidencian los invariantes de su trayectoria —la reinterpretación de tipos históricos, la recuperación de la artesanía y los materiales autóctonos, la influencia del pintoresquismo tradicional—, pero también sugieren las dificultades que surgen al hacer frente a escalas grandes donde el recurso al collage de materiales y la tendencia a la monumentalidad de Wang Shu acaban resultando incómodos.